V ivimos en un mundo de contradicciones tremendas y,
mientras los apóstatas nos llegan a pedir en algunos casos concretos que
incluso arranquemos las hojas del Libro de Bautismos donde figuran ellos,
porque eso es poco menos que intolerable y ofensivo a su persona, otros nos
están asediando en las curias diocesanas y en las parroquias para que les
dejemos esos libros de bautismo y poder sacar de allí su árbol genealógico,
cosa que no pueden hacer en los registros civiles, porque no existen datos
tan antiguos. Un mismo libro es cordialmente aborrecido por unos y entrañablemente
querido por otros. ¡Así somos!
Abundan mucho por cierto quienes por más, o por menos,
quieren saber quienes fueron sus ascendientes y en no pocos casos con el ánimo
de encontrar un entronque con algún personaje noble... y hasta poder
ostentar un escudo de armas. Todo ello ciertamente muy loable, si el deseo
de encontrar algún título de nobleza significa que se sienten orgullosos
de que algún antepasado suyo hubiera sido célebre por sus buenas o
heroicas acciones, y por ello recibió una recompensa nobiliaria.
Hay linajes y noblezas reconocidas oficialmente. Así en
nuestra ciudad existe la Junta de Nobles Linajes de Segovia con hasta diez
siglos a sus espaldas, que siguen admitiendo nuevos miembros en solemnísimas
ceremonias. En estas ocasiones se reúnen no sólo los nobles segovianos,
sino que acuden numerosos personajes nobles desde los más diversos puntos
de España. Allí se experimenta siempre que todos se sienten estrechamente
unidos por unos vínculos tan fuertes, que parecen más bien una gran
familia donde se respira aire de confianza, amistad, solidaridad, cortesía
y otras mil buenas maneras de comportamiento exquisito. Se puede afirmar
que, efectivamente, se palpa la nobleza, pero no sólo de títulos, sino
ante todo de corazones. Y todo esto, hasta en medio de una gran humildad,
porque ni lo cacarean, ni llenan las páginas de los periódicos segovianos.
¡Tan distinto de la chabacanería que nos invade por otras partes!
LInaje de Dios
Todo esto me hace reflexionar y deducir que, si muchos se
alegran y se enorgullecen de su noble ascendencia humana, todos podemos
alegrarnos y enorgullecernos de la más alta nobleza que existe, como es la
de ser descendientes del propio Dios. Precisamente el capítulo 17 de los
'Hechos de los Apóstoles' nos relata cómo San Pablo en el Areópago de
Atenas dijo a los atenienses, evocando a algunos de sus propios poetas: «Somos
linaje de Dios».
Refrendando este hecho de que somos linaje de Dios, San
Pedro en su primera Carta les dice rotundamente a los cristianos: «Vosotros
sois linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su
propiedad». Efectivamente los bautizados somos linaje escogido, linaje de
Dios, príncipes y herederos de todas sus promesas y coherederos con Cristo.
Sólo se nos pide ser coherentes con ello.
¿Por qué no apreciamos esta nobleza divina por encima
de toda nobleza humana? ¿Por qué algunos se avergüenzan de ser
descendientes de Dios? Ésta es la verdadera y mayor nobleza... y la que
subsistirá eternamente cuando los demás títulos humanos desaparezcan
inexorablemente al final de los tiempos. Sintámonos orgullos porque ¡somos
linaje de Dios!