Regreso a Segovia, después de una ausencia más premeditada
que obligada, y me encuentro con la noticia de que a Glenn Murray le ha sido
concedido el premio Unión Europea, por su labor en pro de la Casa de la Moneda.
Ni el santo Job hubiera coleccionado tantos puntos como Murray, para que se le
reconociera la paciencia que ha desarrollado en una ciudad que tantas esquinas y
cuestas arriba tiene. Job, en un momento determinado, se dirigió al Señor, y a
punto estuvo de exigirle, no se si el finiquito, o la rescisión del contrato.
Murray, salvando la distancia que existe entre la Biblia y California, jamás ha
descompuesto la figura a pesar de que le vienen toreando desde el día siguiente,
en el que Adán fue expulsado del Paraíso.
Como se decía en el catecismo
del Padre Astete: verbigracia. Toda la documentación que ha venido
confeccionando el bueno de Glenn sobre la Ceca, a base de investigar y echarle
dedicación al asunto, uno que pasaba por allí, se la metió debajo del brazo y
creyéndose doctor honoris causa de la cosa de las monedas y tal, ya empezó a
confeccionar la lista de amigotes a los que invitar al guateque.
La
historia de la Casa de la Moneda es una historia tan española ella, que solo la
falta una bata de cola o un velo con peineta, sin olvidar los pícaros, para que
su ilustración no se desvíe del tema. España suele oler a laberintos dibujados
en el aire con el capote, y a quites adornándose con la mano abierta elevada al
cielo, para que los últimos rayos de sol de la tarde no se desperdicien y puedan
transformarse en instancias, solicitudes, áreas de competencia, desidias,
insidias y bulerías gitanas, metidas en el mismo cesto. Empezó oliendo a harina
la cosa porque, como aquí somos tan cultos y tan enamorados de nuestra historia,
el singular edificio acabó convertido en eso, en fábrica de harinas que por
imperativos de los años y las circunstancias medioambientales, que dicen los
finos, se fue deteriorando y a punto ha estado de convertirse en una escombrera
para guarida de marginados, o en un solar a la espera de la resurrección de la
carne y el pescado. No quiero entrar en pormenores de la historia, porque los
años van depositando los gramos de prudencia que hubiera necesitado en mi
juventud, para no ir dando tumbos sociales por las alamedas de la
hipocresía.
Glenn ha ganado el premio, espero que no más enemigos, que me
conozco el paño desde que la Cámara de Comercio que fue quien le presentó al
mismo, me dejó reproducir un sello de cuando las churras y las merinas daban
gloria y esplendor a Segovia. Ahora las churras, mezcladas con las merinas y las
entrefinas pasadas de finura, te pueden montar un desparrame de los de agarrarse
a la brocha por si quitan la escalera.
Glenn ha recibido una cantidad en
metálico a la que ha renunciado a favor de la Asociación de Amigos de la Ceca.
Al mismo tiempo ha promocionado la Culturalidad a la que aspira la Ciudad de
Segovia con coches dando tumbos incluidos, y todo, con ese fairplay del que
siempre hace gala. Alguno que conozco y muchos que no quiero conocer podrían
aprender, en sus mezquindad, de cómo se debe caminar por la vida para que en el
Tanatorio, el silencio de admiración sea más significativo que el divagar sobre
las andanzas de quien, en rigurosa horizontal, no tiene nada que decir y no deja
más que mañas y codazos en el área pequeña. Faltará alguna coma en el escrito,
pero es que no he querido comerme nada.