Tres siglos emprendiendo |
El próximo 7 de julio, la Cámara de Segovia
fallará su primera edición de los premios Sello Real de Paños, un premio con el
que pretendemos poner en valor una tradición empresarial autóctona, de la que la
Cámara de Segovia es hija directa.
Se habla de Castilla como una tierra
desindustrializada. Y es cierto que, por avatares de la historia, Segovia,
siguiendo la estela de España, permaneció aislada de las grandes corrientes
tecnológicas que caracterizaron el siglo XIX y el XX. Esto, a su vez,
amplificado por la generación del 98, fija el estereotipo de una tierra noble,
somnolienta y atrasada en la que, parafraseando a Unamuno, "innovar es llorar".
La cuestión es que, sin negar la validez parcial de esta interpretación
histórica, sin soberbia ni pretensiones, debemos dejar bien claro que este
"desierto industrial", esa impermeabilidad frente a la modernidad, no responde
sino a un paréntesis histórico. Y que si abrimos el foco, si tomamos como
referencia no el tristón siglo XIX y el agitado XX, sino un periodo más amplio,
encontramos que Segovia fue tierra de emprendedores notabilísimos, vanguardia
tecnológica de Europa.
Aquí se introdujo la imprenta, aquí, en Segovia,
se inició la fabricación en serie entendida en términos modernos, con
ejemplos como la Ceca o la fábrica de vidrio. Aquí se exprimieron
las posibilidades energéticas y metalúrgicas de la mecánica hasta niveles que
causan asombro. Todo lo cual, a la par que artesanos, requirió hombres de
ciencia y empresarios. Y no unos empresarios cualesquiera, sino una élite de
emprendedores que convirtieron el nombre de Segovia en sinónimo de tecnología,
calidad e inventiva.
Poco a poco, los historiadores van poniendo en su
justo lugar la potencia de la industria pañera segoviana, que posibilitó la
aparición de una ciudad noble, patrimonial, consecuencia del bienestar
alcanzado. No fueron los hechos de armas ni las conquistas ni la concentración
de poder administrativo lo que levantó los palacios. Fue el trabajo constante de
maestros, inversores, ganaderos, aprendices y miles de brazos. En 1580 la
industria textil ocupaba al 60% de la población de la ciudad. En aquel tiempo,
de los telares segovianos salían para todo el mundo, especialmente hacia las
colonias americanas, Italia y Flandes, más de medio millón de metros de paño
tejido al año. 600 telares, quince batanaes, incontables ranchos de esquileo… La
industria pañera entra entonces en una decadencia de la que en 1708 remontará.
Fue gracias a la institución el 7 de julio de ese año y entre los mismos muros
que hoy acogen a la Cámara de Segovia, del Sello Real de Paños y a la
diputación, o sindicatura de empresarios, encargada de supervisar la producción
y garantizar la calidad. Sabemos que la institución consiguió revertir la
situación pero que la pérdida de las colonias, la progresiva sustitución de la
lana por el algodón, y la guerra del Francés supusieron un mazazo espectacular
del que Segovia no se recuperaría.
Y aquí estamos, trescientos años
después, evocando la capacidad emprendedora de aquellos segovianos, algunos de
los cuales, como Ochoa Andátegui, siguen en los callejeros recordándonos lo que
la Cámara pretende con el premio Sello Real de Paños, que Segovia no sólo es
capaz de levantar empresas internacionales, punteras e innovadoras, sino que esa
fue durante siglos nuestra razón. Para la Cámara de Segovia, recuperar ese
espíritu - tender puentes entre la Segovia emprendedora del pasado y la
emprendedora del presente, reivindicar una tradición empresarial- es más que un
deber, un privilegio.