EL NORTE DE CASTILLA
3 MARZO 2007
SUPERADO el pasmo producido por algún nombre de la lista
independiente-socialista de nuevo encabezada por Pedro Arahuetes, hablemos del
Hospital General. En realidad, nunca hemos dejado de hablar de este edificio
maldito, hincado en un hoyo frente a un calvario, revivido a partir de sus
propias cenizas como el ave legendaria y caro de narices. Sobre todo, caro.
La familia comenzó ajustando gastos para afrontar los costes de la reforma y
ha terminado obligada a pedir un préstamo porque las cifras se han disparado.
Eso sí, nos dicen que los azulejos son de marca.
A la fiesta de inauguración los padres y los hijos han invitado a ciegas y
tirando de agenda, dejándola exhausta. Ahí estuvo, por ejemplo, el consejero
de Sanidad de la Comunidad de Madrid, que ya me dirán, y la consejera de
Cultura y Turismo de la Junta, Silvia Clemente. ¿Las razones? El primero por
especialidad y la segunda por cuna, pero ambas agarradas por los pelos de la
nuca.
También apareció Beatriz Escudero, omnipresente y todopoderosa, ubicua y
negociadora, quien tampoco esta vez llegó de vacío. La promesa en esta ocasión,
en honor al marco, fue el rescate de la Escuela de Enfermería, posible solo
si nos portamos bien y renovamos la confianza en la Junta y acompañamos ese
gesto de cordura colocando las mismas siglas en el Consistorio para provocar
el entendimiento.
En los bancos del contrapeso, un puñado de socialistas engullidos por el
protocolo y los fastos, cómplices por educación o por convicción de un acto
a lo grande proyectado a medida para tapar toda la ristra de incompetencias y
calamidades sucedidas en los años precedentes.
Solo UGT ha sido coherente con su permanente actitud de denuncia mantenida a
lo largo de la penosa travesía, renunciando por gallardía a aplaudir los
discursos amnésicos de las autoridades en los que, como mucho, se han
deslizado unas disculpas genéricas similares a los carteles colocados en la
calle cuando se abre una zanja.
La reiteración en la crítica no puede borrar sus motivos, ni minimizar sus
argumentos. Esta obra ha sido una chapuza incómoda, perjudicial y en
ocasiones insultante para los segovianos. Quizá es ahora, cuando toda la
familia posa para la posteridad, el momento más idóneo para recordarlo,
porque si no los ciudadanos perderemos cualquier instinto político.
Alguien tenía que colar una mueca de disgusto entre tanta sonrisa blanqueada.
Y esto no significa que no nos alegremos todos por disponer de estas nuevas
instalaciones y de estos nuevos equipos, pero lo que no puede ser es que la
rutina de las inauguraciones preelectorales pasen por encima de cualquier
circunstancia.
Es decir, que no debería planearse lo mismo para cortar la cinta de una autovía
ejecutada en plazo que para bautizar un hospital con un retraso feroz. Lo más
sensato hubiera sido algo así: «Señoras, señores, aquí les entregamos por
fin el Hospital prometido. Esperamos que les resulte útil. Perdonen la dilación
y hasta pronto». Y cada uno a sus quehaceres.
Lo mismo ocurrió con el Museo Provincial y cosas similares veremos cuando
toque posar junto a la remozada Casa de la Moneda. Tratarán de
dejar en blanco nuestras mentes y prohibirán consultar las hemerotecas y los
archivos para ocultar la dejación de funciones en la que todos los partidos
incurrieron en la década anterior a la gloria.